Este devocional es un mensaje que di para un encuentro de egresados del seminario, para animarnos a reflexionar en la obra del Señor en nuestras vidas. Espero que pueda ser de bendición para algunos más por medio de este blog. / This devotional is a message that I gave for a meeting of graduates of the Biblical Seminary of Colombia, to encourage them to reflect on the work of the Lord in our lives. I hope that it can be a blessing for some others through this blog.
Pocas veces en la Biblia Dios cumple sus propósitos y promesas en una manera sencilla. Vemos esto en la historia de Israel. Dios promete una tierra a Abraham. Pero primero sus descendientes van a Egipto y son esclavos por cuatro siglos. Israel regresa del exilio. Pero no experimentan en su plenitud las gloriosas promesas de la restauración hechas por Jeremías, Ezequiel y los profetas. ¿Qué pasó?
Pocas veces en la Biblia Dios cumple sus propósitos y promesas en una manera sencilla. Vemos esto en la historia de Israel. Dios promete una tierra a Abraham. Pero primero sus descendientes van a Egipto y son esclavos por cuatro siglos. Israel regresa del exilio. Pero no experimentan en su plenitud las gloriosas promesas de la restauración hechas por Jeremías, Ezequiel y los profetas. ¿Qué pasó?
A veces, como parte de
esta gran historia de Dios con su pueblo, vemos las mismas vueltas en la
pequeña historia de cada creyente. Por ejemplo, Jeremías le es fiel a Dios,
pero no cambia el hecho de que lo ven como un aguafiestas, lo echan en una
cisterna, lo llevan a Egipto cuando dice que no vayan allí, etc., etc.
Cuando buscamos identificar
la mano providencial de Dios en nuestras vidas, tenemos que reconocer que nuestra
parte en la gran historia es una parte pequeñita. Somos como personajes menores
que aparecen en el cuarto acto de un drama en cinco actos. Entramos, desempeñamos
nuestra parte, nos vamos, y Dios sigue obrando para lograr sus propósitos.
Descubrir la mano de
Dios en las complejidades y altibajos de la vida es, al final de cuentas, un
asunto de la sabiduría, de ver la
vida desde la perspectiva del temor del Señor y reconocer como él toma las
vueltas y desviaciones y las hace parte del camino. Entonces, ¿cómo llegamos a ser sabios? Bueno, no
hay una fórmula. Pero creo que uno de los requisitos previos esenciales de la
sabiduría es recordar—recordar la
mano de Dios en la historia pequeña de mi propia vida y en la historia grande
de su pueblo. Esto me da la perspectiva que necesito para seguir adelante en el
futuro.
El texto donde quiero
que reflexionemos un poquito en esta noche es Salmo 103. Comienza llamándonos a
recordar la mano de Dios en estos dos ámbitos: versículos 1-5 enfocan en la
historia pequeña de cada creyente:
1 Alaba, alma mía, al Señor;
alabe todo mi ser su santo nombre.
2 Alaba,
alma mía, al Señor,
y no olvides ninguno de sus beneficios.
3 Él
perdona todos tus pecados
y sana todas tus dolencias;
4 él
rescata tu vida del sepulcro
y te cubre de amor y compasión;
5 él
colma de bienes tu vida
y te rejuvenece como a las águilas.
Versículos 6-7 enfocan
en la historia grande del pueblo de Dios:
6 El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos.
7 Dio a
conocer sus caminos a Moisés;
reveló sus obras al pueblo de Israel.
Lo que vemos después es
una meditación en el carácter de Dios y del ser humano. Versículos 8-14 nos
hablan de la constancia del carácter de Dios. Versículos 15-18 nos hablan del
transitorio del ser humano.
8 El Señor es clemente y compasivo,
lento para la ira y grande en amor.
9 No
sostiene para siempre su querella
ni guarda rencor eternamente.
10 No nos
trata conforme a nuestros pecados
ni nos paga según nuestras maldades.
11 Tan
grande es su amor por los que le temen
como alto es el cielo sobre la tierra.
12 Tan
lejos de nosotros echó nuestras transgresiones
como lejos del oriente está el occidente.
13 Tan
compasivo es el Señor con los que
le temen
como lo es un padre con sus hijos.
14 Él
conoce nuestra condición;
sabe que somos de barro.
15 El
hombre es como la hierba,
sus días florecen como la flor del campo:
16 sacudida
por el viento,
desaparece sin dejar rastro alguno.
17 Pero
el amor del Señor es eterno
y siempre está con los que le temen;
su justicia está con los hijos de sus hijos,
18 con
los que cumplen su pacto
y se acuerdan de sus preceptos
para ponerlos por obra.
Versículos 11 y 17 nos dicen
que la persona sabia, la persona que le teme
al Señor, reconoce esas dos cosas. Juan Calvino famosamente dijo en el
primer párrafo de la Institución: toda
la sabiduría radica en dos cosas, el conocimiento que el ser humano debe tener
de Dios y el conocimiento que debe tener de sí mismo. Salmo 103 nos insta
enfocar allí para ser personas que temen al Señor—meditar en el carácter constante
de Dios y contrastarlo con lo pasajero que somos.
De todo lo que el salmo
dice sobre el carácter de Dios, que debemos recordar cuando vemos cómo Dios ha
obrado, hay dos versículos que siempre se destacan cuando leo este salmo: versículos
13-14. Dios es un padre misericordioso y compasivo que reconoce que somos de
barro, que somos polvo.
Cuando reflexionas en tu
tiempo desde el seminario hasta hoy, ¿cómo has visto la compasión paternal de
Dios en las circunstancias de tu vida? Lo que más me anima de estos versículos
es que Dios, como un padre compasivo, nos trata de acuerdo con nuestros límites. Él se acuerda que somos de barro.
¿Qué quiere decir esto? A veces implica la disciplina. Dios nos lleva al punto
donde no podemos evitar trabajar aspectos de nuestro carácter. Otras veces Dios
reconoce que necesitamos crecer o madurar en cierta parte de la vida para
prepararnos para cierto ministerio. Lo que encontramos es que las prioridades
de Dios en nuestras vidas pueden ser muy distintas a las nuestras.
No sé como ha sido la
experiencia de cada uno de ustedes. Algunos salieron del seminario hace poco
tiempo; otros llevan décadas en el ministerio desde que pasaran por las aulas
acá. En mi propia vida, terminé mi maestría hace un poco más de cinco años, pero
si alguien me hubiera dicho como serían los siguientes cinco años, yo hubiera
pensado que era un plan un poco raro. Nunca hubiera escogido el camino que ha
trazado mi vida desde que terminara mis estudios como seminarista. Pero cuando
doy un alto y recuerdo, veo que Dios ha sido un Padre compasivo, que sabe que
soy de barro y me trata así.
Cuando llegué a mi
último año de mi maestría pasé por un año difícil. Todo me iba bien en lo
académico y estaba haciendo mi práctica enseñando griego a los seminaristas del
primer año. Muchos me animaban a seguir estudiando y hacer un doctorado. Pero
en mi interior sabía que había llegado a un nivel de agotamiento tan grande que
no podía hacerlo, ni físicamente ni espiritualmente. Les dije a algunos amigos
que estudiar un doctorado en ese momento hubiera sido destructivo para mi
relación con el Señor. Al otro lado, estaba pasando por algunas circunstancias
personales difíciles que me forzaron aprender qué significaba confiar en Dios
cuando él no respondía a mis oraciones constantes en la manera que quería que
lo hiciera.
Pero cuando recuerdo esas
experiencias, ahora puedo ver que aun las experiencias dolorosas eran parte del
plan que Dios tenía. Mis experiencias no se comparan a lo que muchos de ustedes
han vivido. Pero, para una persona de la clase media norteamericana que había
vivido una vida cómoda, era un momento para despertar y ver el impacto práctico
de mi fe en un momento cuando fue difícil entender los propósitos de Dios. Como
C. S. Lewis dice, el dolor es el megáfono de Dios para despertar a un mundo
dormido. Yo necesitaba eso al nivel personal. En medio del éxito académico, Dios
me llamó a enfocar en mi ser—¿Quién era en Cristo? ¿Cómo estaba mi relación con
él? Y, ¿por qué importaba todo el conocimiento que había obtenido?
Varias de las
experiencias que tenía después de terminar mi maestría no encajan bien en el
perfil ideal de un egresado de una institución académica. Si mi seminario me hubiera
dado una encuesta sobre mis experiencias laborales y la situación económica en
mucho de ese tiempo, probablemente yo hubiera proporcionado unos de los datos
que más dañaban el promedio de la institución. Pasé un tiempo sin empleo y luego
con empleo escaso, cuando los pocos ahorros que tenía desaparecieron. Luego, pasé
un verano de un año y otro ocho meses del próximo trabajando como cajero en una
tienda. Llegué a ser ayudante del carnicero, haciendo pollo rostizado dos veces
en la semana, no exactamente la mejor manera de usar mi maestría. Y, por
razones complejas, quedé sin seguro médico por un año y medio, sabiendo que con
cualquier emergencia estaría en urgencias y muy posiblemente en bancarrota.
Estas experiencias no
eran parte del currículo que yo hubiera escogido para mi vida. Pero cuando recuerdo
lo que ha pasado, veo la mano de Dios. No una mano que me lleva al título
académico más alto lo más rápido que sea posible, sino la mano de Dios obrando
para enseñarme una cosa: que Cristo es
suficiente en todo, y que esto tiene que penetrar mi vida a tal punto que no
es simplemente un dato teológico sino más bien una realidad vivida.
Lo que he aprendido es
que en cualquier prueba, Dios está allí como un padre compasivo que reconoce
mis límites—y los reconoce a tal punto que a veces se mete en mi vida con su
disciplina, empujándome a situaciones donde tengo que enfrentar los puntos más pecaminosos,
débiles y quebrantados de mi vida, porque él no quiere que logre un éxito en
los ojos del mundo—en el empleo, en las relaciones sentimentales, o lo que
sea—y que quede malsano, con los mismos problemas de carácter o careciendo de
confianza en él.
Entonces, quisiera
dejarlos con algunas preguntas para reflexionar. ¿En cuáles maneras necesitas
recordar la misericordia y gracia de Dios en tu vida, en todos los altibajos
del ministerio o de la vida personal que han pasado? ¿Cómo ha tomado Dios esas
desviaciones y vueltas de tu vida para hacerlas parte del camino que él tiene
para ti? Y cuando ves esta obra de Dios, ¿cuáles son las prioridades que Dios
ha tenido para tu vida en los últimos años? ¿Cómo ha estado enseñándote? Por último,
¿cómo puedes seguir adelante, no olvidando lo que Dios te ha enseñado?
Proverbios nos dice que
el principio de la sabiduría es el temor del Señor. Y para temerle a él, tengo
que recordar quién él es y quién soy yo, dejando que él enderece el camino que
está por delante, tomando todas la vueltas y desviaciones que perecen ser pérdidas
de tiempo y energía, viendo que él las toma y las hace parte del camino para
cumplir los propósitos que tiene como nuestro Padre compasivo. Amén.
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